Pozo Espinos

Horario

Martes a domingo: 11:00h a 14:00h y 16:00h a 20:00h

Emplazamiento
Instalación
Instalación
Equipo Creativo
Equipo Creativo
Audioguías

Las instalaciones del pozo Espinos constituyen una excepción en el panorama minero por su reducida escala, una silueta inusual y una sorprendente integración en un entorno que es inequívocamente rural. Dispuestas sobre el nivel de la carretera, pueden pasar desapercibidas, pero cuando se recorre la antigua trinchera del ferrocarril de vía estrecha del valle, hoy acondicionada como vía verde, se convierten en un hito del paisaje y un icono del patrimonio industrial.

La extrañeza no es menoscabo para su condición estética, que una cuidada restauración acometida hace años por el arquitecto Miguel García–Pola Vallejo ha permitido realzar: forma parte de los Equipamientos Turísticos que sostiene el Ayuntamiento de Mieres desde hace años, con un aula didáctica que se instaló en lo que fue la primitiva lampistería.

En esta ladera del valle de Turón comenzó a sacarse carbón en la década de 1870 por una empresa de capital belga, siendo su destino la fábrica de armas de Trubia, germen de nuestra industrialización. Este incipiente negocio fue adquirido por la poderosa Sociedad Hulleras del Turón, firma vizcaína que buscaba combustible para la siderurgia en Bilbao y a ella le debemos esta obra. El pozo se profundizó hasta sus 33 m de profundidad y se puso en servicio entre 1926 (cuando ya funcionaba regularmente el cercano pozo Santa Bárbara, con el que está conectado subterráneamente) y 1931; la empresa un año más tarde comenzaba a calar un nuevo pozo aguas arriba en el valle, en Fortuna, que nunca llegó a explotar y es hoy una sobrecogedora fosa común.

Aquí vemos perfiles metálicos remachados, formando una celosía ligera y resistente, que acreditan una técnica constructiva entonces usual que combinaron con la entonces muy moderna e industrial chapa de fibrocemento ondulado. La pieza central que organiza el espacio es la torre de extracción, con su coqueta caseta de madera calada por ventanas que sirve para guarecer el motor que le dio servicio, de la firma ABB, que aún cobija en su interior. Protege la caña del pozo y la maniobra un embarque espacioso, donde pueden verse un par de jaulas muy básicas que permitían desplazar a los mineros, pero también evacuar la producción.

En el extremo del puente se abre un mirador, acondicionado bajo la escombrera (depósito de estériles de profundización), que fue diseñado por los hermanos Key y Maki Portilla Kawamura, un interesante ejercicio que evoca la construcción del paisaje minero desde el interior, en un tránsito que juega con la luz y la sombra. Desde su parte superior se ve la ladera, en la que el grupo de montaña se organizó y funcionó a la par que el pozo vertical.

Situados en el puente, que enlazaba la explotación con la vía férrea de la compañía que atraviesa el valle, se ve a la derecha un pabellón que sirvió como lampistería: aquí se utilizaron lámparas eléctricas a batería; también hubo un depósito de ácidos y explosivos. Han desaparecido otras instalaciones y, al ascender por la ladera, descubrimos las antiguas oficinas, la que fue cuadra para los animales usados en la tracción e incluso un antiguo polvorín, vinculados a esta explotación, que primero fue de montaña y estuvo en manos de una compañía belga.

En los últimos 25 años el pozo Espinos ha pasado del abandono a la condición de recurso turístico y cultural pero, sobre todo, elemento identitario para un territorio. Probablemente sea la instalación minera más original del panorama asturiano actual: es inconfundible.